Marco Aurelio Antonino Augusto, apodado el Sabio o el Filósofo, nació en Roma el 26 de abril de 121, aunque su origen era hispano: su padre había nacido en Ucubi, la actual Espejo, en la provincia de Córdoba.
Inscripción
honorífica dedicada en el 195 d.C. al emperador Septimio Severo por la
C.C.I. Ucubi
como homenaje y muestra de fidelidad a la casa imperial.
En su niñez, se dice que el emperador Adriano le llamaba cariñosamente "verissimus" ("honesto").
Del Emperador Adriano existen infinidad de retratos.
Por mandato de Adriano, Antonino Pío adoptaría al joven Marco Aurelio junto con Lucio Vero, ascendiendo al trono a la edad de 40 años en una suerte de imperio compartido con su hermano que se ha comparado con la forma de gobierno de la desaparecida República romana.
Antonino Pío siguió la costumbre instaurada por su antecesor, Adriano,
a saber, lucir el cabello rizado y la barba.
El busto, realizado en mármol, data de la época de Caracalla (años 211–17).
Lucius Verus. El busto se encuentra en el Museo del Louvre.
Se le conoce como uno de los llamados Cinco Emperadores Buenos, nombre propuesto por Maquiavelo para denominar a los primeros miembros de la dinastía de los Antonino en gobernar Roma entre el año 96 y 192, posteriormente adoptado por el historiador Edward Gibbon. Su política interna se caracterizó por reformas jurídicas dirigidas a limitar los abusos de la jurisprudencia civil y sobre todo por medidas favorables a los esclavos, las viudas y los menores de edad.
Marco Aurelio murió el 17 de marzo de 180 en la ciudad de Vindobona (la actual Viena), en compañía de su hijo y sucesor Cómodo.
Retrato del emperador Cómodo.
Ilustración de la ciudad de Vindobona durante la época romana.
Tras su muerte, sus cenizas se trasladaron a Roma, donde permanecerían en el Mausoleo de Adriano (hoy Castel Sant'Angelo) hasta el saqueo visigodo de la ciudad en el año 410. Se construyó además una columna conmemorando sus victorias contra los sármatas y los germanos.
Columna dedicada a Marco Aurelio, actualmente situada en la Piazza Colonna de Roma.
Figura representativa de la filosofía estoica, durante las campañas de la década de 170 escribe en griego helenístico su obra más notable, Meditaciones, mientras permanecía estacionado en su base de Sirmium (la actual Sremska Mitrovica en Serbia) y en Aquincum (la actual Budapest, Hungría). Es dudoso que Marco Aurelio hubiera pensado en publicarlas.
Relieve hallado en el Palacio Imperial de Sirmium.
Fresco de época romana procedente de Aquincum.
(Fuente: Meditaciones, Libro I).
II De la buena fama y memoria legadas por mi progenitor: la circunspección y el carácterviril.
III De mi madre: el respeto a los dioses, la liberalidad y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; además, la simplicidad en el vivir y el alejamiento del modo de vida propio de los ricos.
IV De mi bisabuelo: el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso gastar con largueza.
V De mi preceptor: el no haber sido en los juegos públicos ni Verde ni Azul, ni partidario de los parinularios ni de los escutarios; la constancia en la fatiga y los escasos cuidados; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y el menosprecio por la calumnia.
VI De Diogneto: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan los que hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y conjuración de espíritus, y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar la conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber escuchado primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano; haber escrito diálogos en la niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la formación helénica.
VII De Rústico: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter; el no haberme desviado a la emulación sofística, ni escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de exhortación ni hacerme pasar por persona ascética o filántropo con vistosos alardes; y el haberme apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano. Y el no pasear con la toga por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el escribir las cartas de modo sencillo, como aquélla que escribió él mismo desde Sinuessa a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos de Epicteto, de los que me entregó una copia suya.
VIII De Apolonio: la libertad de criterio y la decisión firme sin vacilaciones ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre inalterable, en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar un carácter irascible en las explicaciones; el haber visto a un hombre que claramente consideraba como la más ínfima de sus cualidades la experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto.
IX De Sexto: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de manera que su trato era más agradable que cualquier adulación, y le tenían en aquel preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir con método inductivo y ordenado los principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber polifacético, sin alardes.
X De Alejandro el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser pronunciado, en forma de respuesta, o de ratificación o de una consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.
XI De Frontón: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la astucia y la hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que entre nosotros son llamados «eupátridas», son, en cierto modo, incapaces de afecto.
XII De Alejandro el platónico: el no decir a alguien muchas veces y sin necesidad o escribirle por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este modo sistemáticamente las obligaciones que imponen las relaciones sociales, pretextando excesivas ocupaciones.
XIII De Catulo: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el elogio cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían Domicio y Atenodoro; el amor verdadero por los hijos.
XIV De «mi hermano» Severo : el amor a la familia, a la verdad y la justicia; el haber conocido, gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber concebido la idea de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, la libertad de sus súbditos. De él también: la uniformidad y constante aplicación al servicio de la filosofía; la beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo para con los que merecían su censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué quería o qué no quería, pues estaba claro.
XV De Máximo: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía sin mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso precipitación o lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas, seguidas de accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más bien que corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se consideraba superior a él (...).
XVI De mi padre: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la comunidad. El distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para distinguir cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que relajarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario