viernes, 19 de octubre de 2012

The Education of Julius Caesar

"...porque en César hay muchos Marios".





Esta mañana ha llegado por fin la biografía de Julio César escrita por Arthur David Kahn.  Yo buscaba una biografía procesariana, asqueada después de leer cien páginas de otra obra sobre César firmada por Jérôme Carcopino. Esta última rezuma odio hacia el protagonista de la narración, y me alegra haber encontrado la referencia a Kahn entre las recomendaciones que hace Michael Parenti en su amena A Popular History of Rome: The Assassination of Julius Caesar, una lectura apasionante y de plena actualidad.  En el prefacio, Kahn apunta a otro relato indispensable, probablemente el más exhaustivo y mejor documentado de la vida de César, una obra publicada en el año 1921 por el historiador alemán Matthias Gelzer, y que menciono aquí para que tomen nota los procesarianos del mundo.





Al parecer, la publicación de la obra de Kahn suscitó cierta polémica (lo cual no debería extrañar a nadie tratándose de un texto procesariano). Jasper Griffin, escribiendo para The New York Review of Books, la calificó de "indigna de un académico", y añadió algunas lindezas más a las que el propio Kahn replicó de la siguiente manera (la traducción del inglés original es mía):

En su reseña de mi libro, Jasper Griffith comienza afirmando [NYR, 12 de mayo] que “la obra no es digna de un académico”, que contiene “pequeños errores que cualquier profesional hubiera sabido evitar”; su reseña es una exposición de esos "pequeños errores". Al proceder de este modo, no consigue que los lectores se hagan una idea del contenido y planteamiento general de la obra.

¿“Poco profesional”? Poco después de aparecer el libro, E. Togo Salmon, prestigioso historiador norteamericano cuyas obras sobre la Roma antigua se han ganado los elogios de la crítica a ambos lados del Atlántico, escribió al autor [Kahn emplea en el original la tercera persona para referirse a sí mismo]:
Cuando repaso mi carrera como historiador antiguo, me vienen a la cabeza una serie de obras que considero verdaderamente "superiores" —Municipalities of the Roman Empire de James S. Reid, los textos de Beloch y De Sanctis sobre la República romana, Antichi Italici de Devoto y la Revolución romana de Syme. A estos yo añadiría la obra de Kahn sobre Julio César. La colocaría junto a la biografía de Gelzer en mi estantería, aunque tengo a la primera en mayor estima [durante más de cincuenta años, la biografía de Gelzer sobre César ha sido la obra de referencia en el mundo académico].
David Herlihy, profesor de Historia medieval en Harvard, en su reseña para el History Book Club, escribió:
La espléndida biografía [de Kahn]…merece sin duda alguna toda clase de elogios. Describe con brillantez la grandeza de César en todas y cada una de sus colosales dimensiones.
Dado que dispongo de muy poco espacio, sólo puedo ofrecer algunos ejemplos del tipo de "reseña" que Jasper Griffin brinda a sus lectores.

Después de mencionar de pasada la adopción por parte de César de la consigna “¡Sólo existe el cambio!”, Griffin omite la conexión existente entre César y los epicúreos, cuyo lema era precisamente éste, así como el hecho de que dicha asociación era tan relevante en la Roma antigua como lo hubiera sido la de un presidente americano con el movimiento socialista.

Al calificar de forma tan despreocupada mi afirmación de que la actitud de Cicerón en la conspiración de Catilina fue "más que ambigua", Griffin evita analizar uno de los temas fundamentales de mi obra, a saber, los servicios prestados por Cicerón durante la "conspiración" de Catilina como agente de la oligarquía reaccionaria.

Dejemos que los lectores juzguen si mi velada comparación política entre el intelectual y cultivado Cicerón y el zafio de Joe McCarthy se justifica o no.

Ante la mención de que César hubo de enfrentarse en varias ocasiones al amotinamiento de sus tropas, Griffin me llama “apologista hiperoptimista” de los legionarios. Pero el pasaje que cita se refiere al momento en que los legionarios de César se alzan con la victoria en la Galia. Los amotinamientos se produjeron muchos meses más tarde, durante una guerra civil nada popular entre las tropas. ¿Es posible que Griffin no sea consciente de que en todas las guerras la moral de la tropa se tambalea según las circunstancias?

Griffin no aporta ninguna prueba para justificar la rotundidad con la que afirma que hubo una feroz oposición al programa de reasentamiento de César (dejaré que los lectores juzguen por sí mismos su distorsionada interpretación de una nota a pie de página referida al pasaje en cuestión). Cabe esperar que Cicerón y otros enemigos de César habrían aprovechado cualquier altercado o manifestación para socavar el programa. Pero lo cierto es que ya en época de César el reasentamiento de las poblaciones excedentes venía practicándose desde hacía tiempo. Es más, ¡a los veteranos de César se les recompensaba mediante el reasentamiento en colonias remotas!

Griffin tacha a Publio Clodio, Catilina y Marco Antonio de “forajidos”. Como historiador, recomiendo extremar la cautela con este tipo de caracterizaciones simplistas de cualquier figura del anti-establishment. Es posible que Griffin se fíe de la caracterización que hace Cicerón de sus enemigos políticos, pero en este sentido el orador romano no me inspira más confianza que Nixon cuando describía a quienes se oponían a la Guerra de Vietnam. Griffin me acusa de falta de sensibilidad hacia los horrores de la Guerra de las Galias. No obstante, Griffin cita una serie de informes sobre las matanzas cuya fuente es precisamente mi libro. Señor Griffin, los dos estamos de acuerdo en que “cualquier guerra es un infierno”. Las guerras imperialistas son especialmente crueles. Esto queda reflejado en el libro. Para ser justos, ¿no debería Griffin haber mencionado el hecho de que un apologista sin reservas de las victorias cesarianas en la Galia era el favorito de Griffin, Cicerón?

Mis lectores americanos recordarán que en el prefacio explico que lo que me movió a dedicar doce años de mi vida a este libro fue mi preocupación ante las analogías existentes entre los acontecimientos ocurridos durante la caída de la República romana y los hechos registrados en las últimas décadas de la República americana.

En el prefacio cito la recomendación del gran historiador alemán Theodor Mommsen (“no es posible recrear la vida en el pasado sin recurrir a la experiencia del presente”) y la definición que ofrece un distinguido compatriota de Griffin, Edward Hallett Carr, en su obra ¿Qué es la Historia?, sobre la objetividad del historiador:
…la capacidad para superar la visión limitada de su propia situación en la sociedad y en la historia—la habilidad para reconocer su grado de implicación en dicha situación, es decir, para reconocer la imposibilidad de alcanzar una objetividad plena. En segundo lugar, [el historiador] debe ser capaz de proyectar su visión hacia el futuro de tal manera que su percepción del pasado pueda tener un impacto más profundo y duradero del que logran aquellos historiadores cuya mirada se ciñe estrictamente a sus propias circunstancias más inmediatas.
[...]

 Arthur D. Kahn
Brooklyn, Nueva York

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