Los amantes de la Historia Antigua lamentamos amargamente la desaparición de tantas y tantas fuentes escritas (las memorias de Escipión, el De Sua Vita de Augusto, numerosas obras y cartas de César, incluida su correspondencia con Cicerón, el relato de Calístenes sobre Alejandro o las memorias de Sila) de cuya existencia sabemos gracias a otras que, por vías muy azarosas, han llegado, benditas sean, hasta nosotros.
Los enamorados de Roma, y de Grecia, nos consolamos en cambio con el realismo, el nivel de detalle y por consiguiente de complejidad, que proporciona la estatuaria romana, sobre todo la de época más temprana, influida por el verismo de la escultura helena, y la republicana. La desaparición de las fuentes escritas obliga a los historiadores a especular, salvo en contadas ocasiones, sobre las vidas que pretenden reconstruir; los retratos en mármol que nos dejaron los antiguos, sin embargo, lejos de ser fragmentarios, resultan tan auténticos, tan completos, tan veraces, que sobrecogen al observador, más todavía al observador informado. Y desde luego no dan lugar a especulaciones.
Los Museos Capitolinos de Roma albergan una fascinante muestra de estatuaria romana.
Este hombre no puede ser otro que Cicerón.
Y este, aunque aquí algo idealizado, Cayo Julio César. No importa cuántos retratos se hicieran de él, César es inconfundible.
Y Cneo Pompeyo el Grande, perfectamente reconocible:
Los enamorados de Roma, y de Grecia, nos consolamos en cambio con el realismo, el nivel de detalle y por consiguiente de complejidad, que proporciona la estatuaria romana, sobre todo la de época más temprana, influida por el verismo de la escultura helena, y la republicana. La desaparición de las fuentes escritas obliga a los historiadores a especular, salvo en contadas ocasiones, sobre las vidas que pretenden reconstruir; los retratos en mármol que nos dejaron los antiguos, sin embargo, lejos de ser fragmentarios, resultan tan auténticos, tan completos, tan veraces, que sobrecogen al observador, más todavía al observador informado. Y desde luego no dan lugar a especulaciones.
Los Museos Capitolinos de Roma albergan una fascinante muestra de estatuaria romana.
Este hombre no puede ser otro que Cicerón.
Y este, aunque aquí algo idealizado, Cayo Julio César. No importa cuántos retratos se hicieran de él, César es inconfundible.
Y Cneo Pompeyo el Grande, perfectamente reconocible:
No hay comentarios:
Publicar un comentario